22 noviembre 2017

Etapa 9: Nájera - Grañón

Sábado 3 de noviembre de 2007
27,3 km. Casi 9 horas (incluyendo comida y visita a Sto Domingo de la Calzada)


Saliendo de Nájera
Después de unos días con ciertas molestias y cansancio acumulado, me levanto este nuevo día con fuerzas renovadas. Parece que mi cuerpo ya se va acostumbrado al duro caminar diario y siento que ya he pasado el periodo de aclimatación a la vida peregrina.

Con este brío comienzo la última etapa por tierras riojanas. El camino se inicia hoy con una pequeña ascensión con la que abandonamos Nájera por la calle Costanilla. A media subida sobrepaso a un conocido peregrino, Míguel, que lleva un ritmo más pausado que el mío, con el que más adelante me volveré a encontrar.

Rollo Jurisdiccional
Tras la subida, comienza la primera parte de la etapa caracterizada por caminos de tierra a través viñedos con suaves ondulaciones que me conducen hacía el último pueblo de La Rioja. El día se ha levantado algo nublado y frío, aunque mejorará con la aparición del sol en torno al mediodía.

Después de caminar durante una hora y medía algo más de cinco kilómetros por la llanura riojana llego a Azofra, localidad que atraviesa el camino por su calle Mayor.

Tras una corta parada continúo mi camino. Nada más salir de Azofra me fijo en una pequeña columna de piedra rematada con un capitel que resulta ser un Rollo Jurisdiccional levantado en el siglo XVI.

Imágenes peregrinas
Los viñedos comienzan a transformarse en cultivos de cereales. En esta época del año la mayor parte de las tierras se encuentran preparándose para la labranza, por lo que predominan los colores marrones de la tierra arada.

¿Qué pinta esto aquí?
En menos de un par de horas paso junto a un campo de golf, que desentona bastante en este lugar en medio del campo, justo antes de cruzar la pequeña población de Cirueña. Desde aquí ya solo quedan algo más de cinco kilómetros para llegar a la denominada por algunos "Compostela riojana", Santo Domingo de la Calzada.

Esta localidad debe su nombre a un tal Domingo, habitante de estas tierras allá por el siglo XI, quien se convirtió en uno de los grandes benefactores y promotores del camino en su época. Se le llamó "de la Calzada" porque dedicó su vida a abrir veredas y facilitar el paso de los peregrinos por esta zona, así como a fundar hospitales e iglesias y fomentar la atención y auxilio al peregrino. Sobre su tumba se construiría la catedral que hoy luce en esta localidad, con cabecera románica y con dos bellas fachadas, una románica y otra renacentista, bóveda gótica sobre tres naves y coronada por un campanario barroco.

Entro en Santo Domingo poco antes de las dos. La mayor parte de las guías recomiendan que se este el final de la etapa. Yo tengo decidido continuar seis kilómetros más hasta Grañón, último pueblo riojano del camino, donde existe un pequeño y modesto albergue parroquial.

Torre de la Catedral de Sto. Domingo
Paso por la oficina de turismo para informarme de lo más interesante para ver y de algún lugar donde comer. Me dan un mapita y me ofrecen la oportunidad de guardarme la mochila mientras visito el pueblo, cosa que agradezco.

Sin peso sobre los hombros, me dirijo a la catedral. Admiro su fachada y pretendo pasar a su interior, pero veo que hay una celebración (una boda). Me llama la atención que en una parte dentro de la iglesia hay un pequeño corralito donde hay un gallo y una gallina vivos, que de hecho, durante la celebración cacarean un par de veces. (algo escuché de que eso daba buena suerte a los novios...)

Resulta que esto es así porque rememora el milagro más popular atribuido al santo de la Calzada:
Canecillo de la Catedral

En el siglo XIV, un matrimonio y su hijo peregrinaban desde Alemania hacia Santiago. Deciden hacer noche en una posada de Santo Domingo. Una joven que atiende la posada se enamora del hijo, pero no es correspondida por él. Ofendida por su rechazo, decide vengarse colocando una copa de plata en su zurrón acusándolo posteriormente de robo. 

El muchacho es juzgado y encontrado culpable, por lo que es condenado a la horca. A los padres solo les queda rezar a Santiago. Cuando se acercan al cuerpo de su hijo ahorcado para despedirse, este les habla y les dice que sigue vivo por la gracia del Santo.

La pareja alemana corre a comunicar la noticia al corregidor, que se encuentra en esos momentos dando cuenta de una suculenta cena a base de aves de corral. Se ríe de ellos y les dice "Vuestro hijo está tan vivo como este gallo y esta gallina que me estoy comiendo". Acto seguido, la gallina se levantó y se puso a cacarear, y así hizo bueno el refrán: "Santo Domingo de la Calzada, donde cantó la gallina después de asada".

Tras la visita rápida a la catedral (debido a la celebración solo pude asomarme un poco al final), doy una pequeña vuelta por el pueblo y me voy a comer un menú del peregrino.
Presenciando el día de fiesta
Una vez he repuesto fuerzas, voy a por la mochila a la oficina de turismo, donde también me ponen el sello en la credencial.

Abandono, pues, Santo Domingo, y me dispongo a recorrer los seis kilómetros que me separan de Grañon. Cae la tarde y el sol, que finalmente se ha impuesto en lo alto del cielo, comienza a descender frente a mi, marcándome el camino a seguir.

Cruz de los Valientes
Al rato de salir de Grañon me topo con la Cruz de los Valientes, hito que recuerda otra leyenda, esta sobre una disputa por un terreno entre Grañón y Santo Domingo.

Tres kilómetros más y ya vislumbro en lontananza la silueta de Grañón con el campanario de su iglesia despuntando entre el resto de pequeñas edificaciones.

Resulta ser esta una pequeña localidad con los servicios justos y necesarios para atender las necesidades básicas del peregrino. Me acerco a la iglesia, ya que tengo entendido que allí está el albergue, y resulta ser una especie de edificación anexo al tempo, estando las dependencias del mismo entre el campanario y la parte alta del templo. El emplazamiento es curioso, pero lo realmente significante es el espíritu de acogida cristiana que desprende.

Ero caminando hacia el infinito
Como decía, según entro, me encuentro con Izascun, la hospitalera voluntaria que al parecer acaba de aterrizar en el albergue. Me cuenta un poco su funcionamiento. El albergue tiene una cocina y una sala de uso comunitario. Ofrece cena y desayuno comunitario a los peregrinos, donde cada uno puede aportar lo que buenamente pueda. Me comenta que tienen el termo del baño estropeada, por lo que me calentará algo de agua en una olla para que me duche. Como ya hay otros peregrinos y ya tienen pensada la cena, me sugiere que lleve algo de beber (algo de vino). Durante mi conversación con ella siento algo diferente a lo que sientes en otros albergues. De alguna manera me hace sentir que en el albergue el que toma las decisiones sobre el qué hacer y cómo hacer es el peregrino, siguiendo unas mínimas normas de convivencia, respeto y fraternidad, de manera que te lleva a tomar la iniciativa. Y es realmente curioso que esta manera de gestionar el albergue funcione.

Se duerme en un espacio un poco más alto que el comedor, en una tarima de madera donde extienden una serie de colchonetas. Llama la atención un cofre abierto que hay en la entrada con la leyenda "deja lo que puedas o toma lo que necesites", donde, según la filosofía del albergue, cada peregrino puede dejar la voluntad o bien tomar lo que necesite, de manera que los hospitaleros y otros peregrinos puedan aprovechar aquello que a unos les sobra y a otros tanto les falta. La gestión y la atmósfera que desprende este lugar es diferente a tantos otros albergues que ya he visitado. El ambiente es peculiar, pero termina por ser entrañable. Enseguida me doy cuenta de que estaré acompañado por mis ya viejos conocidos Luca, Ingrid, Pablo y Ero, además de una pareja de koreanos.
Llegando a Grañon
José Luis. López Vázquez
Me aseo con el agua calentada por la hospitalera y me voy a comprar el vino y alguna vitualla más para el desayuno. Doy una pequeña por el curioso pueblo donde me llama la atención la existencia de una cabina al más puro estilo tradicional de las que ya no quedan en la ciudad.

Llega la noche y Luca, que ha ido a coger leña, enciende la chimenea. Entre todos preparamos la comida, con un poco de ensalada y pasta, regada por vino y refrescos. Cuando estamos charlando animadamente sobre el camino y nuestras motivaciones, aparecen una pareja de estonios que vienen en moto haciendo el camino. Traen algo más de vino y se unen a la conversación.

Después de la cena realizamos una pequeña oración por los peregrinos en un ambiente muy recogido y muy íntimo. Es uno de esos momentos excepcionales que no pueden ser descritos por palabras, pero que te llegan a lo más hondo de tu alma.

Luca atizando el fuego
Continuamos charlando y riendo un rato. En el salón hay un piano y algunos de mis compañeros se arrancan con alguna melodía. Finalmente, pasadas las diez llega el momento de acostarnos. Cuando me estoy introduciendo en el saco veo que el muchacho estonio se va acercando uno a uno a todos los peregrinos para entregarles algo. Finalmente se acerca a mi y me da un paquetito que resultan ser un par de tapones para dormir. Yo no los uso, ya que no me resultan cómodos y suelo dormir sin problema con algo de ruido, pero me parece un detallazo tener esa deferencia hacia los demás si sabes que roncas.

Cena comunitaria en el albergue de Grañón
Con la sensación de estar viviendo en un sueño, de haber sido transportado a otro mundo al traspasar el umbral de este albergue me sumerjo en un sueño reparador aunque, por qué no decirlo, algo incómodo (estoy durmiendo sobre el suelo en una fina colchoneta de esas que se usan en clase de gimnasia en los colegios). Pero no me siento nada incómodo... Más bien al contrario.


                                                                                        - Continúa caminando en la etapa 10 -


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